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Autor: Jonathan Carroll Título original: The Wooden Sea Año de publicación original: 2002 Editorial: La Factoría de Ideas Colección: Solaris Ficción nº 49 Año: 2004 Traductor: Manuel de los Reyes Nº de páginas: 320 Precio: 18.14 €
El mar de madera lo tiene casi todo para convertirse en una lectura memorable. Cada oración es una agradable melodía que invita a seguir leyendo, tiene unos personajes atractivos repletos de encanto, esconde en su interior una serie de temas harto sugestivos, goza de una imaginación desbordante, te mantiene en vilo buscando una explicación a todo lo que sucede,... No obstante, la excusa argumental que explica los sucesos que le acontecen a su protagonista es tan tan tan absurda y está tan descuidada que constituye un serio handicap que amenaza con romper la atmósfera creada por el propio autor.
Dicho "petardazo" no pasa a mayores porque Jonathan Carroll despliega las cualidades antes enunciadas y construye una fábula lo suficientemente inteligente como para perdonarle la escasa cocción que le ha proporcionado al argumento. Pero, cuanto más lo medito más pena me produce que no haya trabajado esa parte fundamental de toda historia, una de las capitales a la hora de llevarte de la primera a la última página.
La narración se desarrolla en Crane`s View, un pueblo tranquilo del estado de New York donde Frannie McCabe es jefe de policía. Un día ante la puerta de su casa aparece Vertuoso, un perro demacrado, con tres patas y unas cuantas cicatrices que muere a los dos días. Frannie lo entierra en un bosque de las proximidades. Pero al poco de volver a casa descubre que, después del arduo trabajo que le llevó hacer el agujero, el perro se encuentra en el maletero de su coche. Éste es el inicio de un festival de sucesos, a cada cuál más extraño y descabellado, que van a dar a vuelco su vida.
Todo lo que le ocurre a McCabe está orientado a desarrollar nociones que, por la edad de Carroll (unos 55 años), lleva tiempo experimentando: la fugacidad del tiempo, la juventud perdida, la maduración, el envejecimiento...; fases por las que pasamos más pronto que tarde (o más tarde que pronto). Sin sermonear, se centra en la idea de que para comprender lo que somos es necesario conciliar las personalidades que hemos sido, e invita a realizar un ejercicio de nostalgia de nuestro pasado personal. No sólo el que recordamos sino el que hemos olvidado o el que nos perdimos porque no teníamos forma de conocerlo. Y por el camino habla del sentido de nuestra existencia en un movimiento argumental que recuerda a Las sirenas de Titán de Vonnegut, con un tono más amable, quitándole cinismo corrosivo e imprimiéndole su propia impronta.
A este interesantísimo bagaje se une la sobrada habilidad de Carroll como encantador de serpientes: su prosa es seductora y cercana. Brilla por lo que dice y, sobre todo, por cómo lo dice. Como mi limitada capacidad de expresión no da mucho de sí, no puedo evitar citar los dos párrafos que abren el libro
Nunca compres ropa amarilla ni de piel barata. Ése es mi lema, y tengo más. ¿Sabes lo que me gusta ver? A la gente matándose a sí misma. Me explico; no me refiero a los pobres desgraciados que se tiran por la ventana o dejan sus patéticas cabezas envueltas en bolsas de plástico hasta que se les acaba el aire. Tampoco estoy hablando del "Campeonato de Lucha Libre", donde no hay más que un puñado de cabezas rapadas lanzándose mordiscos rabiosos. Me refiero al tío de la calle que, con la cara del color del plomo mojado, enciende un Camel y escupe el alma por la boca con la primera calada. ¡Bien por ti, figura! Larga vida a la nicotina, la cabezonería y la autoindulgencia.
"¡Jimmy, márcate otra ronda!", canturrea el Rey del Colesterol al final de la barra. Ése, el de la nariz colorada y la presión arterial lo bastante alta como para enviarlo a Plutón, a él y a todo su árbol genealógico. Gratificación, masa, textura. El ataque al corazón que lo incinere durará apenas unos segundos. La cerveza helada en jarra grande y el aroma de las chuletillas a la brasa son para siempre, hasta que se muera. Bien merece la pena. Estoy con él.
Una buena muestra de su delicioso estilo, bien transmitido por la traducción de Manuel de los Reyes, cuya lectura proporciona agradabilísimos momentos.
Además sitúa en escena unos personajes de diversas edades ciertamente primorosos, pone en su boca diálogos desenfadados, las situaciones disparatadas están llenas de encanto, abunda el humor que no sólo se queda en la sonrisa sino que penetra en el territorio de la carcajada (glorioso el momento en el que uno de los personajes cree que ha ganado la habilidad para volar), hace un uso glorioso de elementos tan manidos en la ciencia ficción como el viaje en el tiempo (sobre todo en un emocionante pasaje en el que se sirve de él para mostrar lo rápido que pasa el tiempo),... Muchos Pros que irremediablemente chocan frente a la improvisación que se observa en la idea central que es su gran Contra. Contra de la que el propio Carroll parece consciente cuando el protagonista, a medida que va desentrañando el misterio, se ríe de lo que le está pasando y el porqué que encuentra detrás. Sin hablar de un final excesivamente abierto, que deja unos cuantos cabos capitales sin atar.
Una buena introducción al universo creativo de Carroll que queda "sólo" como una gratísima lectura, llena de sentimiento y verdades de esas que se aprenden cuando te acercas al otoño de tu vida.
Ignacio Illarregui Gárate
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