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Todos los niños tienen un sueño, más bien muchos pero uno en concreto que todos los que son, han sido y serán niños quieren… un mundo sin padres, sin nadie que les diga lo que deben vestir, lo que deben comer o la hora de acostarse ¿qué pasaría si esa ilusión se convirtiera en realidad? ¿Y si no fuera un sueño si no más bien una pesadilla?
De esa idea parten los conocidos creadores de historietas Carlos Trillo y Horacio Altuna para su obra El último recreo en la que nos cuentan las historias que suceden en una ciudad (llámese Barcelona, Nueva York o París ya que en ningún momento es identificada) cuando todos los padres, madres, hermanos mayores y tíos han desaparecido, un mundo sin adultos que haría las delicias del niño que no quería crecer.
¿Qué ha sucedido?
La historia empieza con dos niños mirando por la ventana un resplandor sin que sepamos nada más y continúa en la página siguiente con el más pequeño de ellos despertándose gritando a su madre solo para que su hermana le diga que no volvió, que ninguno de los adultos regresó de los refugios.
¿Qué refugios? Se estará preguntando alguno, evidentemente antibomba, pero no era una simple explosión, no destrozaba ciudades y creaba heridos, en este caso aniquilaba la vida de aquellos que habían tenido su despertar sexual.
Los niños perdidos.
Los protagonistas de esta obra son infantes que deben enfrentarse a, de repente y sin previo aviso, un mundo sin autoridad donde gobiernan los más fuertes, donde poco a poco se van creando bandas (el conocido la unión hace la fuerza) y la comida se va terminando.
“Mira eso… están todos como perdidos” dice uno de los protagonistas casi al principio de la historia.
Los niños mayores comienzan a morir, al igual que muchos pequeños que no tenían nadie que los cuidara; en concreto esto lo vemos en una desgarradora escena en que tres chiquillos están jugando como si fueran aviones hasta que encuentran en su camino un bebé que ha debido caerse desde un balcón hasta el suelo “vamos, sigamos. Los muertos huelen muy mal” es casi lo único que atinan a decir.
La vida en la ciudad.
La ciudad está vacía y poco a poco comienzan a juntarse por grupos para conseguir alimentos y hacerse fuertes.
Algunos, más avispados en algunos aspectos, prefieren la soledad y defender el sitio donde viven y tienen comida, antes que compartirla y arriesgarse a quedarse sin nada.
En un momento, caminando por la ciudad de noche con la única luz de una farola, tras haber hablado de sus padres y la historia de cada uno, dos de los protagonistas mantienen esta conversación
“Tengo miedo de crecer”
“Claro, si creces te mueres por los efectos de la bomba”
“No… otras cosas de crecer son las que me dan miedo.”
Con distintas historias y personajes vamos viendo como la sociedad va cayendo, los niños forzados a convertirse en adultos de repente pero sin realmente poder serlo ninguno ya que lo único que tendrán de premio no es un abrazo más que el de la muerte.
Y en un momento dado se termina la comida.
Haciendo camino al andar.
Muchos son los críos que han abandonado la ciudad para irse al campo, ya no queda comida, hay muertos (y por lo tanto enfermedades) y la única solución es marcharse de allí.
El grupo protagonista, a quienes casi no conoceremos realmente hasta la mitad de la obra, decide empacar sus cosas y partir, solamente tienen que decidir que llevar el problema es que son muchos juguetes los que quieren y llevarán con ellos, pero según salgan de la ciudad deberán abandonarlos para poder seguir su camino.
En la última viñeta de ese capítulo (Cosas que quedan en el camino) vemos un reguero de juguetes que han dejado y a los niños caminando a lo lejos, perdiendo su infancia en algo que no será más que un recuerdo fugaz y comenzando su camino para convertirse en adultos.
Miedo, desconfianza y mentiras.
Si eres un niño ¿en quién confías siempre? En tus padres pero… ¿si no están?
Durante la etapa que vemos de la ciudad observamos que muchos chiquillos engañan a otros para defender su comida, a sus amigos o simplemente por diversión.
En el momento en que comienzan a irse al campo, y en teoría dejan atrás todo eso, se encontrarán que es igual o peor; no todos quieren compartir y formar un grupo, muchos solamente pretender llegar y arrebatar por la fuerza lo que tienen los demás. No por maldad o crueldad, solamente impulsados por el miedo y las ansias de sobrevivir.
“¿Porqué quisieron hacernos esto si lo que nosotros queríamos era compartir todo con ellos?” Se pregunta uno de nuestros protagonistas tras ser asaltados por otros niños en su granja.
Rana, o el niño que no podía crecer.
Aunque exista un grupo protagonista, hay un claro personaje principal que es el niño solamente llamado Rana.
Rubio, delgado, pensativo y más sabio de lo que deja que los demás vean.
Desde la primera historia nos encontramos con el, primero como un niño más sin padres que disfruta de la libertad que cree que tiene y poco a poco como un auténtico Peter Pan que no quiere crecer, no por miedo de morir, si no por simple pánico de convertirse en adulto y todo lo que eso conlleva.
A lo largo de toda la obra vemos como lo único que intenta es ayudar a otros y hacerse un hueco en el mundo pero queriendo ser siempre el niño que era y que, desde el momento en que impide que un amigo fuerce a una chica (“no puedes hacerlo, es solo una niña”) había dejado de serlo.
“Nada puede impedir que uno crezca, nada” admitirá finalmente, mirando directamente al lector, casi con lágrimas en los ojos.
Una rápida opinión personal.
Una obra maravillosamente terrible, donde se da un reflejo de nuestra sociedad (exagerado dirán algunos, esto ya queda atado a la opinión de cada uno) en la que Trillo y Altuna nos llevan por viaje de experimentación y conocimiento de la vida, pasando la infancia hasta convertirnos en adultos.
Un guión fuerte y dramático, donde también dejan espacio a los momentos de ternura, acompañado de un trazo firme y expresivo que casi nos hace creer que realmente estamos viendo una película.
En resumen es una obra que debería estar en cualquier estantería.
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