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Beetlejuice (Bitelchus)

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ciudadano dreamers 7526 nivel 1
"Lo siento, Dave, me temo que no puedo hacer eso" Le dio 10 puntos
MORTADELO -- Domingo, 24 de Abril de 2005 a las 18:38.
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El bueno de Tim Burton debe reírse, y de qué manera, cada vez que algún pope de la sacrosanta crítica patria le recrimina que con Big Fish ha perdido parte del adolescente encanto que barnizaba gran parte de su ya dilatada filmografía. No es sólo que se trate de un comentario recurrente desde el estreno de Ed Wood, sino que su maravillosa última película es, en definitiva, un compendio del universo del genial director, cuyos primeros esbozos aparecieron hace casi ya 20 años, con el estreno de Beetlejuice (Bitelchús para los amigos).

En realidad, muy poco faltó para que el talento del cineasta se perdiera entre la morralla con que anualmente nos bombardean las grandes productoras. Y es que tras el éxito de su irregular debut, La gran aventura de Pee-Wee, sólo caían en sus manos insulsas comedias blancas con perro o niño incluido, que Burton tuvo el buen tino de evitar por el temor a sentirse encasillado. Fue entonces cuando el magnate David Geffen hizo llegar a sus manos un guión de Michael McDowell, que trataba el mundo del espiritismo en clave de comedia. El cineasta, fan confeso de lo paranormal y el goticismo clásico, se entusiasmó con el proyecto, rescribiendo el guión con la ayuda del propio McDowell, Larry Wilson y Warren Skaaren.

En esencia, Bitelchús da cuenta de las desventuras del matrimonio Maitland (Adam y Barbara), que tras fallecer en un accidente de coche de lo más bizarro, quedan condenados a vagar por su propio hogar en forma de fantasmas. La casa será comprada por un agente de bolsa, su mujer y su extravagante hija Lidia, que tendrá la facultad de ver a los Maitland, con quienes trabará amistad. Para echar a los nuevos inquilinos, al ectoplásmico matrimonio no les quedará más remedio que echar mano de los servicios del bioexorcista Bitelchús (impagable Michael Keaton), aunque sus métodos y forma de pago resultarán un tanto particulares.

Sí, es cierto, Bitelchús no cuenta con un argumento sólido. En realidad se trata de una acumulación de chistes, más o menos acertados, más o menos pertinentes, que apuntalan una débil trama. ¿Significa esto que nos encontramos ante un film flojo? En absoluto. En Pee-Wee, el resultado final quedaba lastrado por la impericia de Burton y las deficiencias de un guión cuya única intención era celebrar las gracias, es un decir, del cómico Paul Reuben. Sin embargo, en Beetlejuice el argumento pasa a un segundo plano, porque se trata de un divertimento voluntario, pero arrollador a nivel técnico y de dirección artística. Y esto es precisamente lo que buscaba Burton , que demuestra una sorprendente madurez a la hora de plasmar visualmente el alocado guión. A ello ayuda, qué duda cabe, que en esta ocasión contara con un mayor presupuesto, tras los pingües beneficios obtenidos con Pee-Wee.

Así las cosas, el filme es el primero de los juguetes de un niño que hasta la fecha se ha resistido a hacerse mayor, por suerte para todos. El voluntariamente simplista tratamiento de los personajes, o el regusto naif de las bromas, más cerca de El fantasma y la señora Muir que de Poltergeist, le acerca en ocasiones al pantanoso terreno de la serie B, del que sale siempre a flote. Es gloriosa en este sentido la apertura de filme, con un plano aéreo ampuloso sobre la ciudad en la que desarrolla el filme, que parodia el pretencioso modo de iniciar la trama de tantísimas películas de los 80. El vuelo se detiene en una iglesia, de cuyo campanario desciende...¡una araña! En realidad la cámara sobrevolaba una maqueta a escala. Todo un ejemplo de cómo Burton pretende ser tomado en serio, sin tener para ello que renunciar al artificio.

Y es qué, ¿quién temía a los fantasmas a finales de los 80? Años antes, el slasher norteamericano había acojonado a toda una generación de jovencitos, que veían como sus vicios y picores eran castigados por el asesino psicópata de turno, arma fálica en mano. Pero subproductos como House, o Noche Miedo, contribuyeron a desmitificar el género, que pasaría un bache durante los años siguientes. Y precisamente el menos indicado para meter el miedo en el cuerpo a los espectadores era Tim Burton. De hecho, el director ha reconocido en ocasiones que en su atribulada niñez sus únicos compañeros de juego eran las películas de ciencia-ficción de los años 50, las cintas protagonizadas por Vincent Price (sobre todo las de la serie de Edgar Allan Poe dirigida por Roger Corman), Godzilla, el cine expresionista alemán o los filmes de terror gótico de la Hammer. A todos ellos ha homenajeado con cariño en muchas de sus películas.

En el imaginario burtoniano son este tipo de (anti)héroes los absolutos protagonistas de la función, y es la moralidad bienpensante la que con sus acciones e hipocresía desencadena la tragedia. No extraña pues que Burton hubiera concebido una película en la que precisamente son los fantasmas los que despiertan simpatía y ternura, los que son capaces de empatizar con la encantadora Lidia (que a nadie se le escapa que es un trasunto del propio director).

Bitelchús es el campo de pruebas que Burton necesitaba para darse cuenta de que sus obsesiones, traumas y fetiches podían ser compartidos y celebrados por toda una generación de adolescentes que se negaban a crecer. Y en esta su primera carta de presentación aparecen elementos que se repetirán a lo largo de su obra: los trajes a rayas, la oscuridad omnipresente, la estructura de cuento y, sobre todo, el desafío a las convenciones establecidas. Es además todo un espectáculo a nivel visual, con trepidantes recursos al slapstick y trucajes que encubren las carencias argumentales. Para la retina quedarán para siempre la aterradora transformación del bioexorcista en una especie de ser deforme con un tiovivo en la cabeza, las atroces serpientes que campan a sus anchas en los desiertos del más allá o la sala de espera del infierno, en el que encontramos personajes del más distinto pelaje.

Y todo esto sin disparar el presupuesto, porque Burton, confeso fan de la tradición de animación de los países del Este, prefiere echar mano de recursos artesanales antes que recurrir a los efectos crematísticos tan caros a la industria hollywoodiense. Bitelchús es, también, la película en la que Burton comienza a demostrar los rasgos del perfeccionista obsesivo que es, revisando ad nauseam los efectos en apariencia más sencillos, y el inicio de su colaboración con Danny Elfman, que se ha mantenido con alguna excepción hasta hoy. Elfman, que tuvo completa libertad para elaborar su partitura, diseño una alocada mezcla de percursiones latinas y tintes góticos que se resiste a envejecer aún hoy.

Y semejante eclosión de talento dejó desconcertados a los propios actores, algunos de los cuales tuvieron que ser convencidos por el propio Burton en persona porque no se fiaban de la calidad del proyecto (la otrora musa grunge Wynnona Ryder se quejó de que el argumento era “muy satanista”), pero también a crítica y público, poco acostumbrados a lidiar con una película de estas características. Con todo, Bitelchús mostró un buen comportamiento en la taquilla, con 73 millones de dólares recaudados en los Estados unidos y un Oscar a los mejores efectos especiales. La película le abrió, por si fuera poco, las puertas para hacer Batman, su particular visión del héroe más tarado de la historia del cómic.

A priori, Bitelchus no destaca especialmente por nada, si se disecciona con bisturí crítico, pero Burton despliega toda su artillería de recursos formales y estilísticos y consigue crear, partiendo de una historia que en manos de otro realizador hubiera ido directamente al mercado de vídeo, una obra única, inimitable y desconcertante. Le pese a quien le pese, esto sí es cine de autor.


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