“La película de ciencia ficción más evocativa e increíble desde Star Wars” éstas fueron las palabras de Steven Spielberg tras ver Avatar en un pase privado ¿Tiene razón? Analicemos ambas películas y veamos si es así.
¿Por qué Star Wars ha pasado a la historia del cine? ¿Por sus efectos especiales? Si así fuera, los avances tecnológicos que hemos visto en Matrix, Parque Jurásico, Terminator 2, el Día de la Independencia o el Señor de los Anillos habrían relegado esta saga cósmica al mismo cajón del olvido donde se encuentran Jasón y los Argonautas o Hace un millón de años. Sin embargo, más de treinta años después, generaciones posteriores a sus primeros espectadores, se siguen vistiendo como Boda Fett, leen sus múltiples libros y juegos de rol y votan a Lord Darth Vader como el malo más carismático de la historia del cine. Es obvio que Star Wars supuso algo más que una película del espacio con rayos, alienígenas y naves que explotan.
Entonces ¿Qué es lo que la hace tan especial? Sencillo: su originalidad.
Sí, comprendo, que duden de esta afirmación, la historia ha sido llevada al cine un millón de veces: malos muy malos, buenos muy buenos, la típica lucha entre la luz y la sombra y gran explosión final. Cierto, visto así, no puede ser más tópica, pero su singularidad no residía en la trama, sino en una mezcla inusitada de géneros. Por un lado, era un cuento de dragones (Estrella de la Muerte), señores oscuros, princesas secuestradas y aprendices de caballero al rescate. Por otro, era un Western con pistoleros perseguidos por caza-recompensas que iban a tabernas de mala muerte. Era también una de romanos donde un emperador disolvía el senado y tomaba el control absoluto con sus centuriones blancos. Tenía su toque místico con la filosofía Jedy, sus maestros y aprendices. Encontrábamos también algo de culebrón con la relación Darth Vader y Luke Skywalker o Leia y Han Solo. Incluso era una película de Oliver y Hardy encarnados en dos robots que se metían en toda clase de líos. Todos estos géneros se metían en una coctelera, se le añadía un tono mítico y daba como resultado una película con sabor propio. Única en su género. Lo que se necesita para que sobreviva al paso del tiempo. En definitiva, no era una película de efectos especiales, pues éstos servían a una historia llena de imaginación.
Frente a ésta, tenemos Avatar. Los efectos visuales más caros de la historia. Pero nada en la trama es nuevo. Su aportación es puramente técnica, es por ello que, cuando pasen treinta años, no sea más que una nota al pie de página. De hecho, pocas horas después de ver la película, soy incapaz de recordar un sólo nombre de sus protagonistas, pues éstos carecen del carisma que poseían los de la saga cósmica. ¿La calificaría por tanto de evocable? En absoluto. Técnicamente impactante es lo mejor que puede decirse de Avatar.
Si hay que comparar esta película con otra, sin duda, la compararía con su soporífera Titanic. En ambas se comete el mismo pecado: prolonga la trama hasta el bostezo incontrolado regodeándose en su factura y en su falta de ritmo. Al igual que Titanic, Avatar es el caramelito dulzón de toda la vida pero con un carísimo y espectacular envoltorio. Es curioso, pero ambas superproducciones fueron absurdamente comparadas con otras muy superiores: Titanic con Lo que el viento se llevó y Avatar con Star Wars. No es difícil predecir que corra el mismo destino que el famoso barco y, tras unas recaudaciones astronómicas, pase a ser un DVD de ventas muy discretas.
Pasando a los efectos especiales, casi se pueden palpar, eso es innegable. Pero estéticamente carecen de personalidad alguna. El mundo de Pandora parece copiado de aquellos pósteres y fondos de pantalla de paisajes fantásticos, pero con un tono excesivamente empalagoso (las lucecitas en el suelo, en la piel o florecillas flotantes). Los animales son versiones escamosas de insectos o mamíferos terrestres (a los que se les aumenta el tamaño y, a veces, para ser original, el número de extremidades); los alienígenas, versiones gigantes de Rondador Nocturno (personaje de los cómics de X-MEN); en cuanto a los robots y naves, responden a un diseño tan visto, que resultan olvidables.
La trama es una simplificación torpe y sin profundidad de la novela de K. Leguin “El nombre del mundo es bosque”, aunque aderezada con un mensaje ecologista que parece sacado de una película Disney. Sus personajes son meros arquetipos a los que se les ha restado el carisma, tanto, que pese a que el malo es antipático, ni siquiera lo llegas a odiar.
James Cameron es un director que necesita de altísimos presupuestos para disimular su falta de talento e imaginación; pero que, al menos, gracias a su corrección narrativa, en otro tiempo conseguía firmar películas entretenidas, incluso notables (como sucedió en su saga Terminator); no obstante, aquella cualidad parece habérsele olvidado y ahora encontramos superproducciones pretenciosas, sin imaginación, ni personalidad. Sorprende que Spielberg, un director que resolvió con imaginación y talento la falta de presupuesto de Tiburón haya sobrevalorado tanto una película tan pobre que sólo tiene dinero y efectos especiales.
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