Capítulo 01: Comienzo de la Saga En el mundo de Mongus, tierra de magia e historias épicas, corre el año 382 después del Gran Cataclismo. Las naciones ya establecidas hace centurias, habiendo olvidado las causas y las consecuencias del desastre, sufren de la decadencia de sus monarcas y líderes, entrando nuevamente en una era de Caos y destrucción. En el continente de Diber, los reinos de Manfunfl y Girys, habían depuesto sus armas hace 15 años mediante un tratado entre los reyes. Pero un hecho interrumpió la paz existente. El motivo es la muerte del monarca de Manfunfl, Enrich Lafourh, hijo de Prist. El heredero de Enrich, Elmecheda Lafourh, hijo único de este tomó el mando del reino e imputo la muerte de su padre a una artimaña hecha por el reino vecino de Girys. Yendo a la cabeza del ejercito, cargó contra las fortalezas defensoras de la frontera, del reino vecino antes mencionado, destruyéndolas completamente, iniciando así una invasión masiva y el reinicio de las hostilidades. El monarca de Girys, Nachus Carmonich, no se quedo impávido ante esta afrenta e hizo frente al ejercito invasor. Logró detener su avance, para luego hacerlos retroceder hasta el río Friz, quedando este como nueva frontera natural entre ambas naciones. Nachus reunió a algunos de sus mejores hombres, para dirigir sus ejércitos y para infiltrarse en el territorio enemigo. El caballero de la Lanza Dark Zero, junto con K. Fairy, fueron enviados al norte, a la ciudad de Plate Lagoon, para contener el avance de las tropas. El ninja Sagara, junto a su compañera Langley, se infiltraron en la capital enemiga, Astonia, para recabar mayor información sobre movimientos de tropas y abastecimiento. El caballero del Escudo Dariem, alumno de Ascot, fue enviado al frente de la Tropa Protectora del Sur, pero esta fue aniquilada y se perdió contacto con él. El caballero de la Espada Ascot, junto al caballero aprendiz Keiso y a la sacerdotisa Tsubame, son enviados a una misión especial. La larga travesía sólo está comenzando... <Continuará>
Capítulo 02: Emboscada Keiso, Tsubame y Ascot, comenzaron su travesía disfrutando del paisaje mientras viajan a través de la campiña de Girys, alejados de la capital y sus monumentales muros. Se dirigen hacia las inhóspitas tierras de Manflunf, ubicada al norte del Reino de Girys, tierra azotada por hambruna, plagas y enfermedades causadas por la guerra. La magia negra usada sin control durante la guerra, provocó que toda la fuerza vital de la naturaleza desapareciera, convirtiendo hermosos valles en apestosos pantanos que se extienden más allá del horizonte. Eso es lo que les depara a estos nobles aventureros. Después de tres días de viaje, una gran tormenta los obliga a refugiarse en una caverna cercana a la orilla del lago Dibus, en donde deciden acampar hasta el termino del vendaval. La noche es tormentosa y los viajeros cuidan a los caballos mientras tratan de mantener encendida una fogata dentro de la cueva. - No creí que fuera tan fuerte...- dice Keiso mirando como la lluvia y el viento arrecían en el exterior, y calentando sus manos en la fogata. - Tienes razón... esto me da mala espina- responde Ascot. - De hecho, esto no es normal- Tsubame toma su báculo al decir estas palabras y comienza a pulirlo. - ¿Un hechizo?- Pregunta Ascot. – Bueno...- Tsubame trata de encontrar las palabras para expresarse mejor- Siento que esta tormenta fue creada por alguien... tal vez sea un hechizo para... retrasarnos...- Ascot y Keiso se miran entre si. La noche fue larga, en donde los caballeros hicieron guardia en turnos. Al amanecer, el trío ensilló a sus corceles y partieron. El camino fue difícil debido a lo lodoso de la calzada en la salida del lago. Los días continuaron monótonos en las praderas, sin novedades, pero la tensión en el ambiente comenzó a aumentar. Casi no se veían animales y los pájaros volaban en grandes parvadas en sentido contrario de los viajeros. Al cuarto día de marcha, el grupo encontró una gran cantidad de huellas relativamente recientes en el camino. - Parece un pelotón de hombres... quizás una compañía completa... con algunos caballos- deduce Ascot. –Y al parecer, con varios heridos- señala Keiso a un costado de la carretera, en donde se encuentran gran cantidad de vendajes ensangrentados. - ¿Amigos o enemigos?- pregunta Tsubame. - Lo sabremos más pronto de lo que imaginas- comenta Ascot, mientras desenvaina su espada y apunta a unos arboles cercanos- ¿Quién vive?- No hay respuesta. Keiso desenvaina su espada y Tsubame se dispone a invocar un hechizo. Sin previo aviso, aparece de entre unos pastizales, detrás y a escasos metros del grupo, una figura armado con arco y flecha que les apunta. Ascot se sobresalta, al mirar atrás de reojo, por la cercanía del sujeto, al mismo tiempo que de la arboleda salen velozmente otros dos tipos, uno bien pertrechado y un hechicero de capa oscura. En es momento un pensamiento apareció en la mente del joven capitán. Pelea. <Continuará>
Capítulo 03: Mal Augurio Al verse emboscados por ambos lados, un mago y una espada por delante, y una arco y flecha por detrás, Ascot y Keiso se vieron obligados a envainar sus espadas (nunca las soltarían, ya que eso sería perder su honor) mientras que Tsubame tuvo que bajar sus brazos, dejando de invocar el hechizo protector. Al observar mejor Ascot, pudo apreciar que el sujeto ubicado en la retaguardia es en realidad una joven mujer, de unos 15 o 16 años de edad, con vestimentas ligeras, así como su armadura. Algo característico de los mercenarios. Puede ver lo mismo en uno de los compañeros de viaje. Es más alto y robusto que la chica, pero casi igual de joven. Seguramente pasarían desapercibidos de no ser por sus armas. En cambio, el hechicero sobresale por sí solo. Sus negras vestimentas lo hacen resaltar en el brillante día, así como lo alto que es, y la profundidad de ojos, que reflejan suspicacia. –Vaya vaya...- dice el mercenario, mientras se aproxima a Keiso. –No creí que siguieran por aquí hombres de Lafourh. Me pregunto cuanto pagarán por ustedes. –Dudo que sean hombres de Lafourh, Otacon –comenta la chica –No llevan la misma armadura...y además... –Además... –Interrumpe el mago oscuro- van junto a una sacerdotisa. –El mercenario llamado Otacon los mira a ambos, incrédulo. -Vamos Jarwen –Apela el joven. –Míralos... ¿crees que ella es una sacerdotisa?... –SI... –es la escueta respuesta de Jarwen. –Ejem... –Tose Ascot para llamar la atención del trío. –Se que no estoy en posición de preguntar, pero... ¿quiénes son ustedes y qué hacen acá?. Los tres interpelados se miran entre sí, momentos antes de que Jarwen y Otacon estallen en carcajadas. –Vaya que tienes coraje chico... –acota Otacon, junto con secarse las lagrimas producto de la risa. -¿Cuál es tu nombre?. <¿Chico?... si soy mayor que él...> piensa el caballero. –Soy el Caballero de la Espada Ascot y me acompañan el Aprendiz Keiso y la Sacerdotisa de Mishakal, Tsubame. –El hechicero los observa de pies a cabeza. -¿De la orden de la Espada? –Ascot asiente. –Son hombres de Girys... –Sabes mucho, ¿no Neoflare?- comenta Jarwen mientras le guiña un ojo. Neoflare parece un poco incomodado y desvía la vista. Jarwen da un paso al frente y hace una reverencia. –Diculpanos, oh gran caballero. No nos hemos presentado debidamente. Yo soy Jarwen, la Hermosa Degolladora. Y estos son mis subalternos, –apunta hacia atrás –Otacon el Aventurero y Neoflare el Oscuro. –Neoflare suspira, mientras Otacon se altera y reprime la actitud de Jarwen -¡SUBALTERNO!... YO... –Vamos vamos, era broma... –Creo que deberíamos volver a lo nuestro. –Interrumpe el mago. –Además, deben ver el pueblo... Jarwen y Otacon detienen su rencilla y le miran sorprendidos, mientras sus rostros se tornan pálidos. Neoflare los observa, hasta que ambos asienten. Keiso y Ascot observan a Tsubame, que se ha puesto repentinamente tensa, para luego mirarse entre sí preocupados. -Vayan hacia el Noreste –apunta el mago en la dirección a seguir. -¿Porqué debemos hacerte caso? –Cuestiona Tsubame al mago. –Porqué es algo que deben ver –Contesta el interpelado. -En media jornada llegarán... aproximadamente el atardecer. Lo que allí vean no debe ser olvidado ni ignorado. –Terminado de decir esto, dio media vuelta y se dirigió a la arboleda de la cual salieron. Jarwen trota a su lado, mientras se despide agitando su brazo. –Nos volveremos a ver. –grita a los viajeros. Otacon, que ha quedado atrás, corre para alcanzar las largas zancadas del hechicero, sin mirar atrás. Jarwen se acerca a Neoflare –Los volveremos a ver, ¿verdad?. –Su respuesta se perdió entre el ruido del viento que comenzo a soplar. El grupo prosiguió su marcha, extrañados por el inusual suceso y las inquietantes palabras recibidas. A media jornada, tal como les fue dicho, arribaron al pueblo. Lo que allí verían, quedaría en sus recuerdos por siempre... <Continuará>
Capítulo 04: Masacre. Al acercarse cada vez más al pueblo, Keiso nota que los campos circundantes están destruidos. Cuerpos de soldados de ambas facciones (Girys y Manflunf) cubren el suelo, y la sangre absorbida por este hace que la tierra se resquebraje, cansada de tragar el líquido. Incendios antiguos, ahora apagados, producen que la pradera este cubierta por una densa niebla, que daña los ojos y evita que la luz del astro rey la penetre, creando una noche artificial. Ningún ser vivo se mueve, el silencio es oprimente y solo el viento se atreve a pasar, llevándose consigo parte del humo y las almas de los caídos. Al subir el grupo la última loma antes del pueblo, un fuerte hedor a carne quemada infesta las vías respiratorias, haciendo la atmósfera irrespirable. Los caballos están demasiado nerviosos para continuar, pateando el suelo constantemente, y rehusan seguir adelante. Viéndose obligados a seguir a pie, el grupo desmonta. Ascot le encarga a Keiso que cuide y tranquilice a los corceles, por si los necesitan. Tsubame se ha adelantado a ambos caballeros, caminando hacia la cima de la loma. Al llegar a esta, la sacerdotisa lanza un grito ahogado de horror, para luego caer de rodillas, sin apartar la vista. Ascot y Keiso, preocupados, corren al lado de la joven. Al arribar, ven la escena que hay detrás de la loma, frenándose en seco, y lanzando plegarias al cielo para que lo que ven, sea solo una horrible ilusión. El pueblo yace en ruinas. La masacre del poblado es patente. Hombres, mujeres y niños yacen muertos por doquier. Atravesados en lanzas, empalados, colgados de los arboles y de los pórticos de sus casa, usados como tiro al blanco por los arqueros. No se les dio el tiempo de escapar ni de rendirse. Pero lo más preocupante es que la mitad del pueblo ha desaparecido. Está carbonizada, desintregada. El viento bota los edificios restantes al igual que hojas en otoño. Todo se ha derretido en ese lado. Hierro, cristal, hueso... todo. Las rocas fundidas de las casas se mezclan con las del piso y las cenizas de las maderas antes existentes. Las fuerzas defensoras del poblado yacen a su alrededor, destrozadas y quemadas. -¿Qu-qué paso acá? –en un hilo de voz, Keiso logra articular la pregunta. Ascot traga saliva, y solo logra decir “Manflunf”. Después de juntar el valor suficiente, el grupo decide entrar al poblado. El espectáculo es peor cuanto más se internan. Grupos de personas fueron sacados de sus casas y alineados en las calles, para luego ser degollados. Solo faltan las cabezas. Los que intentaron escapar se encontraban a pocos metros acribillados por flechas. Conteniendo las nauseas, el reducido grupo continúa adentrándose en la destrucción. Al acercarse a la Plaza Central, el tipo de cuerpos varió. Ahora la mayoría de cadáveres no eran de civiles, sino que de soldados. Al observar mejor los cuerpos inertes, Keiso nota algo familiar en las armaduras, una insignia de su reino. Se lo hace notar a Ascot, y este fija su atención en ello. -Pero esto es... –sin poder ocultar su sorpresa, el joven caballero se acerca al cadáver de unos de los soldados. -... la insignia de la Fuerza Protectora del Sur... -¿Qué hacen aquí en el norte?. –Pregunta Tsubame, sin recibir respuesta alguna por parte de sus compañeros. Al llegar a la plaza central, grandes surcos de roca fundida cubren las calles. -¿Un hechizo?. –cuestiona, preocupado, Keiso. –No. –Es la escueta respuesta de la sacerdotisa, que frunce el entrecejo. Lo extraño de la escena para Ascot, es que solamente se encuentran cuerpos de soldados de Girys, quemados, derretidos y/o partidos en diversos trozos. El hedor existente provoca que Tsubame sufra de arcadas. Keiso la sostiene y la lleva dentro de un templo que aún se mantiene en pie. De improviso, un movimiento entre los cuerpos atrae la atención de Ascot, el cual desenvaina su espada y con presteza toma resguarda tras un árbol calcinado. El caballero se acerca sigilosamente, por el flanco izquierdo, a la figura que se mueve entre los cadáveres, presta el arma para el combate. Al estar lo suficientemente cerca, salta sobre la criatura desconocida que yace en el piso, frenando su carga un rostro conocido. Keiso corre a auxiliar a su compañero de armas, pero la escena que ve es diferente a lo que esperaba. Ascot lleva a cuestas un cuerpo, que por la armadura se reconoce como un caballero. Al acercarse a ayudarlo, el joven aprendiz interroga apresuradamente a Ascot. -¿Está vivo?... ¿quién es?. –Es un sobreviviente... y se trata de mi pupilo... Dariem... <Continuará>
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