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Todo comenzó con Joe Leland. Personaje literario creado por Roderick Thorp, figura protagonista de las novelas The Detective (1966) y Nothing Last Forever (1979). The Detective fue adaptada a la gran pantalla en 1968, con Frank Sinatra interpretando al protagonista y bajo dirección de Gordon Douglas. Nothing Last Forever por su parte vería también una adaptación a la gran pantalla años después, en 1988, si bien nunca fue concebida para ser una secuela del film de Douglas, cambiándose detalles de la trama (eso si, respetando la idea inicial y parte de su estructura argumental), entre los que destacaría el mismo protagonista. De un detective privado pasamos a un policía neoyorquino de origen irlandés. Su nombre (pues ya no se trataba de Joe Leland) era John McClane, y de esa forma nació el mejor antihéroe de la historia del cine de acción de las dos últimas dos décadas (con permiso, quizá, de Martin Riggs).
La Jungla de Cristal (Die Hard, 1988), de John McTiernan, es una de esas películas en las que, ya sea por acumulación de talento, casualidad, esfuerzo o porque suena la flauta, todo funciona al milímetro. Dentro del habitualmente devaluado género del cine de acción (devaluado por la saturación de subproductos que desgraciadamente lo inundan, como sucede también con el terror) la película McTiernan se erige como un producto sobresaliente, ya no solo por lo cuidado de la trama (que debe mucho a la novela que adapta: muchas de las argucias de McClane son idénticas a las usadas por Leland en el libro), el ritmo y tensión constantes gracias al buen hacer de su director o por contar con un antagonista de impresión (Hans Gruber, encarnado por un inmenso Alan Rickman), sino por la innovación que supuso su protagonista respecto al héroe de acción prototípico de los ochenta. Generalizando, ese tipo de héroe era una representación idealizada del ‘tío duro’: no les tosía ni Dios y ellos solos se bastaban para cargarse un ejercito sin despeinarse (y si no se lo creen, revisen el último acto de Commando), eran los Schwarzenegger y Stallone de turno (y en menor medida los Chuck Norris), invencibles e imparables y que prácticamente nunca sufrían un rasguño, casi sobrehumanos (vale, si, también recibían, pero solo ante el villano de turno, al resto de fulanos que se les cruzaban se los comían con patatas).
Y entonces llegó John McClane (en la carne de un siempre genial Bruce Willis) y nos encontramos con un tipo que no es un héroe, sino un pobre diablo en el sitio equivocado y en el peor momento posible. No quiere ser un héroe, maldita la gracia que le hace. Pero… ¡eh!, si tu eres el único que está para limpiar la basura te toca pringar, y eso es algo que McClane sabe (o acabará sabiendo) a base de bien. Policía neoyorquino, separado (que no divorciado) de su esposa Holly McClane (o Gennero), McClane no es una mole de músculos invencible, y desde luego sufre más que rasguños. Golpes, magulladuras, quemaduras, disparos, cristales clavados en las plantas de los pies, y una perdida considerable de sangre… esas y otras lindezas son las que sufre el pobre de John en la primera Jungla de Cristal mientras se dedica a ir cepillándose a terroristas uno a uno y soltar chascarrillos constantemente, tomándose la fatalidad a risa. Curiosamente al final uno casi podría pensar que McClane es aún más sobrehumano que los otros héroes de acción habituales. Aquellos no sufrían grandes daños, cierto, pero McClane, aún acabando como un guiñapo de carne apaleada, tenía el suficiente aguante para llegar al final de todo el embrollo y aún poder soltar unas risas antes de cargarse a Hans Gruber y sus últimos sicarios y rescatar a su señora.
La Jungla de Cristal fue un éxito de taquilla y generalmente bien considerada por la crítica (algo que ha sido progresivo con el paso del tiempo, siendo generalmente mejor valorada ahora que entonces), y como es habitual en el mundo de Hollywood, las secuelas no tardarían en llegar. Dos años después, en 1990, volveríamos a encontrarnos con nuestro (anti)héroe, esta vez en un aeropuerto esperando el regreso de Holly y con los problemas de nuevo saliéndole al paso. Al igual que la primera película, La Jungla 2: Alerta Roja (Die Hard 2: Die Harder, 1990) cuenta con una base literaria, la novela 58 Minutes de Walter Pager, pero lo que es un guión sólido se convierte en un cúmulo de altibajos de ritmo debido a la dirección de Renny Harlin. Al margen de eso, el film es uno de los mejores ejemplos de una película que sigue el ‘Manual de la Buena Secuela Cinematográfica’: más de lo mismo. McClane en solitario, sin la colaboración inicial de las autoridades pertinentes, enfrentado a una fuerza terrorista superior, en recinto cerrado (si bien el que parte de acción se desarrolle en las zonas exteriores del aeropuerto reduce la carga de claustrofobia), y para rematar los paralelismos, en época navideña, como la primera película. Aún repitiendo la fórmula y siendo un espectáculo más que pasable, el film palidece en comparación con su predecesora. Las carencias de ritmo (alternándose momentos de acción con otros en los que se le dan vueltas a las cosas como intentando alargar la trama sin saber muy bien por donde tirar), la sensación de ser algo ya visto, la carencia de un villano de la misma entidad que el de la primera entrega, etc… todo ello fueron factores que han llevado a que entre gran parte del público (que no necesariamente de los críticos) esta segunda Jungla sea considerada la entrega más floja de la saga.
Pero la más floja o no, dio dinero, el personaje de McClane gustaba y conservaba intacto todo su carisma y entre eso y que John McTiernan decidió volver al redil y se consiguió un guión solvente, no tardó en aparecer (cinco años) una tercera entrega. Jungla de Cristal: La Venganza (Die Hard with a Vengeance, 1995) recuperó al director del film original y llevó la posición de antihéroe de John McClane al extremo. Si con el final de la primera película y toda la segunda parecía que nuestro personaje tenía asegurada cierta estabilidad personal, esta tercera entrega lo tira todo por tierra nada más empezar. McClane funciona como personaje si las cosas están realmente jodidas, y lo están en esta tercera entrega, separado de nuevo de su esposa, viviendo solo y retirado y según dice un personaje a solo dos pasos de ser un alcohólico completo (un solo paso, según el mismo John). Como si su vida no estuviese ya bastante complicada hace acto de presencia el villano de este tercer acto, un villano que no solo comparte con el de la primera película el ser en el fondo un ladrón de altos vuelos, si no además lazos sanguíneos: Simon Gruber (Jeremy Irons), hermano de Hans Gruber, y que además de querer sacarse un buen pellizco económico no puede evitar que le parezca atrayente la idea de juguetear y torturar un poco al hombre que mató a su hermano. También es destacable en La Venganza la presencia del sidekick que le cae en gracia a John McClane: Zeus Carver, interpretado por Samuel L. Jackson, y cuyo protagonismo eleva a la tercera entrega de La Jungla a la categoría de buddy movie, una base argumental que bien usada puede dar (y da, como es el caso) mucho juego. Y es que guste más o menos, sea mejor o peor considerada por público y crítica (los fans la consideran buena película, los críticos ya no tanto, aunque hay divisiones considerables en ambos grupos), casi todo el mundo coincide en que uno de los puntos fuertes de la tercera entrega tiene como base la química entre los dos protagonistas y los diálogos que se dan entre ellos. El problema de Jungla de Cristal: La Venganza es seguramente, su cierre. El film presenta mayor cohesión que la segunda entrega (vamos, que aburrir uno no se aburre), pero el final peca quizá de abrupto, poco explicado y ligeramente anticlimático (todo lo opuesto al glorioso cara a cara final de la primera entrega), algo en parte debido a que el final visto en cines no fue el inicialmente concebido, produciéndose cambios de última hora (Como curiosidad, podeis ver aquí el final alternativo)
Pasaron los años, muchos, y por fin a estas alturas en pleno 2007 nos hemos vuelto a encontrar con John McClane. El mismo Willis ha comentado en más de una ocasión que en todo este tiempo una de las preguntas que más le era repetida, tanto por prensa como por fans, era “¿Para cuando una cuarta Jungla de Cristal?”. La nueva entrega (dirigida por Len Wiseman, responsable de Underworld) se presenta afín con los tiempos que corren en el cine de acción: espectacularidad extrema pero manteniéndose un tono considerablemente más light que en sus precedentes, con una considerable reducción de hemoglobina y tacos (no tanto en nuestro doblaje español, bastante más mal sonante que el original, y si no, atentos a la frase del todoterreno metido por el culo). Y aún pese a todo eso, sigue siendo una Jungla de Cristal. La acción se fundamenta más en la clásica pirotecnia y en el trabajo de especialistas antes que en el uso de CGI, la BSO de Marco Beltrami mantiene acordes del score original de Michael Kamen, etc… Sobre el guión (que esta vez tiene como base un artículo periodístico, cágate lorito) podemos decir ciertamente que es sencillo en su estructura y desde luego precisa en ciertos momentos que nos dejemos llevar sin muchas pretensiones (suspensión de incredulidad a saco en momentos como los del avioncito, señores…), presentándonos a un John McClane que sigue en su tónica habitual de estar pasado de vueltas y andar abroncado con la familia (concretamente con su hija Lucy, ya crecida y que no se habla con su padre… aunque tiene el mismo carácter y mala uva que él, o quizás precisamente por eso) que verá como un trabajo ‘rutinario’ (escoltar a un joven hacker a Washington) acaba derivando en su nuevo quebradero de cabeza de turno, volviendo a verse metido en su ya clásica costumbre de ir cargándose a los secuaces del malo uno por uno (cosa que el mismo McClane reseña al dirigirse al villano con esa frase de “A ti ya deben estar acabándosete los malos”) hasta llegar de nuevo a un cara a cara que cierre el telón, un climax final casi a la altura del de la primera película (pese a que el villano interpretado por Timothy Olyphant sea seguramente el más descafeinado de toda la tetralogia). En resumidas cuentas, La Jungla 4.0 (Live Free or Die Hard, 2007) cumple en su labor de traer de vuelta al personaje de McClane, y si es la última entrega, como seguramente sea (salvo sorpresas de última hora), la despedida del viejo policía neoyorquino metido a luchador antiterrorista de altos vueltos por las malas habrá sido más que digna.
Como anexo a este repaso de las andanzas en pantalla grande (y pequeña) del bueno de John me veo inclinado a hacer énfasis en la naturaleza de Jungla de Cristal ya no solo como saga cinematográfica sino como franquicia hecha y derecha, principalmente habiendo encontrado otra buena fuente de ingresos en el campo de los videojuegos, donde encontramos alguna que otra curiosidad. Merchandising de la saga hay más, ya sean los discos de las correspondientes BSOs, camisetas, figuras colecciónales, etc… pero son los videojuegos el derivado más visible.
En 1990, dos años después del estreno de la primera película y coincidiendo con el estreno de la segunda veríamos la adaptación al videojuego en Commodore 64 del primer film (en 1991 saltaría a la NES), controlando el jugador a un John McClane que recorre los 35 pisos/niveles del Nakatomi Plaza limpiándolos de terroristas, empezando solo con sus puños para poco a poco ir haciendose con todo un arsenal. En 1996 veríamos Die Hard Arcade para la Sega Saturn… pero la verdad, salvo el título y el parecido del protagonista, poca o ninguna relación tiene este juego con la saga que nos ocupa. Die Hard Arcade es el titulo dado en América y Europa al juego japonés Dynamite Cop. El uso del titulo supuso pago de royalties a la Fox, obviamente.
Por suerte fue también en ese mismo año 1996 cuando los usuarios de PlayStation, Saturn y PC pudieron disfrutar de toda una adaptación de la, por entonces, trilogía al mundo del videojuego. Die Hard Trilogy es básicamente tres juegos en uno, cada uno de ellos adaptando una de las tres primeras películas y variando la mecánica de uno a otro. Así, la parte correspondiente a la primera película es un shooter en tercera persona, la de la segunda un rail shooter de corte arcade y la tercera, un juego de conducción, teniendo que ir en taxi de un punto a otro de NY desactivando bombas. El 2000 vería para PlayStation una secuela, Die Hard Trilogy 2: Viva las Vegas, que mantendría esa mecánica de ‘tres en uno’ desarrollando una trama a modo de spin off y poco ligada a la continuidad de las películas.
Cerrando ya este apartado y llegando al final del post, me quedaría hablar del regularcillo aunque salvable Die Hard: Nakatomi Plaza (2002) para PC, nueva adaptación videojueguil de la primera película (y ampliando la trama). De tono y resultados similares y del mismo año encontraríamos el Die Hard: Vendetta para GameCube, juego especialmente relevante en relación a la cuarta película pues su trama es en cierto modo una continuación de los tres films previos, incluyéndose también al personaje de Lucy McClane con un rol significativo… con la diferencia de que en este juego Lucy ha seguido los pasos profesionales de papi lo que ha quedado invalidado con el estreno de La Jungla 4.0, dando pie a que la trama de Die Hard: Vendetta ya no forme parte del canon narrativo de la saga/franquicia.
En resumen, llevamos veinte años con John McClane. De forma discontinua, pero 20 años al fin y al cabo: Una gran película y tres dispares secuelas para un gran personaje que ya sea en un medio u otro seguro que aún tiene guerra que dar.
Claro que conociendo a Hollywood el día menos pensado nos salen con un remake y la cagamos. Y todos sabemos que diría el viejo John ante la perspectiva de ser remakeado.
Yippee-Ki-Yay, motherfucker.
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