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H.G Wells, el artífice de nuestro último viaje lunar. | |
- En nuestro capítulo anterior, habíamos comprobado cómo finalmente, tras siglos de múltiples ensayos, a través los métodos más impensables ideados por la delirante inteligencia humana, para abandonar el limitado mundo conocido y proyectarse hacia las estrellas, ni siquiera el talento científico de primera clase, de todo un Julio Verne pudo conseguir depositar sobre las blancas arenas lunares, a los intrépidos viajeros del "Gun Club" de Baltimore. A pesar de que todos los preparativos se habían realizado con precisión matemática, esbozando miriadas de cálculos y estadísticas, Estados Unidos debía ceder la proeza lunar del hombre contemporáneo, a dos ciudadanos de a pie. Uno de ellos, sin ninguna vinculación con la ciencia. ¿Cómo es posible tamaño despropósito? ¿Qué tenían estos dos pintorescos británicos, de principios del siglo XX, que pudiera habérseles pasado por alto a los navegantes de Verne? No se inquieten, queridos lectores, que en apenas unas líneas, el mundo podrá conocer por vez primera, el misterio de tan sigular aventura. Acampamos en Lympne, en el Condado de Kent; el paraje ideal, según Mr. Bedford, para escribir una obra de teatro, con que solucionar de una vez por todas sus agobiantes problemas económicos y poderse tumbar a la pata llana, viviendo de las rentas. Estamos en 1901. Hasta aquí todo normal ¿No? ¿Alguno de ustedes intuye por el momento un amago de heroismo galáctico en esta descripción? Me temo que tendremos que leer un poco más, a ver qué sucede... Pero qué pasaría, si uno de los vecinos de Mr. Bedford resulta ser un excéntrico inventor vestido con pantalones cortos, calcetines de ciclista y gorra de cricket, que atiende por el novelesco nombre de Cavor. En teoría nada. Un costumbrista “Buenos días, Mr. Bedford ¿Cómo está usted?” “Bien gracias, Mr. Cavor. Bonito día ¿No le parece? ¿Le apetece a usted una tacita de té?" Y pare usted de contar. No. Ese no es el problema. El asunto es que Cavor, aparte de sus peculiares gustos en vestuario, ha descubierto una increíble substancia gomosa, la Cavorita, que untada sobre cualquier superficie tiene la propiedad de privarla de la atracción gravitatoria e impulsarla hacia las estrellas... Un notición de este tipo, no pasó desapercibido para la pluma de H.G.Wells (1866-1946). Acababa de nacer uno de sus relatos más célebres: “Los primeros hombres en la Luna”. El ejemplo de Julio Verne había creado escuela y tras él, una legión de pseudoliteratos iluminaron a cuál más disparatado viaje interplanetario, para el consumo del ocioso lector popular. No obstante, no fue hasta que un verdadero escritor y cronista como Wells, se puso manos a la obra, que no encontramos un relato de ascenso al satélite vecino, digno de figurar entre nuestros archivos. La diferencia principal entre ambas obras radica en que el británico, autor de formación liberal y afilada pluma crítica, que le hacía simpatizante de las causas sociales e incisivo azote de la burguesía, utilizará un nuevo paseo por la geografía lunar, con un audaz propósito, que supera lo estrictamente técnico y científico: satirizar sobre la monstruosa sociedad que la Revolución industrial estaba alumbrando. Así, en esta nueva incursión espacial, el vehículo, su energía y cualquier referencia o cálculo matemático devienen detalles secundarios. La fabulosa “Cavorita”, cuya intrincada fórmula capaz de cortar la fuerza de la gravedad, ni siquiera se intenta explicar, supone una suerte de “Mc Guffin”, para permitir a Mr. Bedford y Mr. Cavor presentarse a bordo de una esfera en el globo lunar, en una gesta, que si bien recuerda a la de Verne en los capítulos preparatorios del viaje, la supera brillantemente, en el momento en que ambos caballeros alunizan con su peculiar cápsula en un mundo, en el que ¡¡¡Sí van a aparecer por vez primera los selenitas como actores principales de la función!!!. A semejanza de los americanos, este nuevo periplo galáctico carece de los fines altruistas de los precedentes de Cyrano y Francis Godwin. El personaje de Mr. Bedford manipula conscientemente a Cavor, que nunca había previsto ningún fin práctico a su invento, lo que es un rasgo caracterizador de otros notables investigadores victorianos, hechos a sí mismos y apartados de las convenciones sociales, como los Doctores Henry Jekyll y Hawley Griffin (éste último descubridor del suero de la invisibilidad), con la astuta intención de apoderarse de los minerales preciosos de suelo lunar y hacerse rico, gracias a un territorio distante un cuarto de millón de millas de la Tierra. Veamos cómo describe el autor, los golosos sueños de grandeza del materialista Bedford, al principio de su relato: “Un nuevo aspecto del asunto asaltó mi mente. De pronto, como en una visión de alucinante fantasía, se me apareció el sistema solar recorrido por líneas de navegación de “cavorita” y esferas “de luxe”. Las palabras “derechos de prioridad” comenzaron a bullirme en la cabeza. Derechos planetarios de prioridad. Recordé el antiguo monopolio español del oro americano. No se trataba de este o de aquel planeta, sino de todo el sistema planetario”. No se puede negar que carecía de competencia... Siempre que nadie morase en la Luna. El astro de Wells es un universo convulso por violentos y salvajes cambios climáticos; habitado por una interesante especie subterránea de insectos, que han llegado a la culminación total de la máxima: “La parte, en vez del todo”. Según la ocupación que les corresponde, desarrollan expansivamente más unos miembros que otros. Los trabajadores básicos y obreros están dotados de poderosos músculos, pero también de cabezas del tamaño de un alfiler, con lo que su lealtad está asegurada. Mientras que los pensadores dirigentes del satélite tienen atrofiados sus miembros locomotores, aplastados por descomunales cerebros pensadores, organizando una sociedad que recuerda en no pocos aspectos, la deshumanizada sociedad fabril de la época. La especialización de los selenitas, la mayoría de sexo neutro, llega hasta extremos tales, que cuando no es necesaria la existencia de un grupo de trabajadores, se les somete a un sueño hipnótico, del que no despertarán hasta que sea requerida su fuerza física de nuevo. Para Cavor ello siempre es preferible, que verse despedido de la fábrica y andar hambriento por las calles de Londres, mendigando un plato de sopa caliente y un mendrugo de pan. Nadie se revela a este descarnado destino. Condicionado e inducido, desde la cuna para dedicarse durante toda su existencia a una única actividad ¿Acaso no nos está retratando a nosotros mismos?. Pero dejémos una vez más, que sea Wells quien nos lo explique: “En la luna -dice Cavor- cada ciudadano conoce perfectamente el puesto que le corresponde. Ha nacido para ese puesto, y la elaborada disciplina de entrenamiento, educación y cirugía a la que se le somete, le adapta de tal modo a él, que ya no tiene ni ideas ni órganos para una finalidad distinta”. ¿Una lúcida anticipación de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley?. Es un entorno que funciona como un perfecto engranaje de relojería, pero que no es inocente o ingenuo, como el que combatiera a golpe de sable el Barón de Münchhausen. La tensión se produce, cuando Cavor y Bedford son capturados y vistos como una amenaza para su existencia por una cultura estable, perfectamente jerarquizada, que no se deja engatusar por la teórica omnipotencia del “hombre occidental”. Bedford logrará escapar con la esfera de Cavorita, quedando atrapado el bueno de Cavor en la luna, como dudoso invitado de honor de la sociedad lunar... Se le dota de alojamiento y de unos interlocutores sabios, con los que logra comunicarse y aprender de su cultura y costumbres remotas. Finalmente, adquiere un grado de libertad y confianza entre ellos, que incluso lograr fabricar un primitivo emisor de radio, con el que enviar señales y comunicarse con la Tierra. La segunda parte de la novela está dedicada a la “transcripción” de esos mensajes de Cavor, donde rinde cuenta de sus progresos en su forzosa morada durante varios meses. Todo terminará dramáticamente, cuando el rey de los selenitas, un gigantesco cerebro llamado “El Gran Lunar”, le recibe en audiencia. Tras interrogarle pormenorizadamente, maravillándose de lo absurdo de que alguien sienta interés por viajar a la luna, cuando en el mundo de Cavor y Bedford, apenas los sabios terrestres han empezado a conocer los propios secretos de la Tierra, comprende que detrás de esos primeros hombres en la Luna pueden venir más y más. Procede adoptar una drástica solución contra su indeseado intruso, que no se hará esperar... Las palabras que cierran la novela son toda una cruda reflexión, que por vez primera rompen con el optimismo científico de las obras anteriores, en las que el viajero lunar siempre resultaba victorioso, a pesar de visitar un mundo extraño para él. En los universos más allá de las estrellas, encontramos las mismas pesadillas, que creímos dejar atrás y la creencia de que el ser humano es superior a cualquier otra raza del Universo, se acaba volviendo cruelmente en su contra: “Fuera lo que fuese, estoy seguro de que jamás recibiremos otro mensaje de la luna. Por mi parte, un vívido sueño ha venido en mi ayuda, y veo con la misma claridad que si hubiera presenciado la escena, a un Cavor despeinado e iluminado de azul, luchando entre las garras de una multitud de selenitas; luchando con creciente desesperación a medida que sus atacantes eran más numerosos, gritando, protestando y quizá, por fin, incluso matando; le imagino obligado a retroceder, empujado hacia atrás, lejos de todo medio de comunicación con sus semejantes, hasta caer para siempre en lo desconocido, en las tinieblas, en el silencio infinito...” ¿Por qué nos atrae a pesar de todo ese silencio infinito y esas tinieblas? ¿Por qué queremos ver en la cara oculta de la luna la respuesta a todas nuestras preguntas? ¿Quién de nosotros no ha soñado alguna vez pasearse por las arenas blancas de ese satélite sembrado de cráteres y descomunales simas de varios de kilómetros de altura? Armstrong, Collins y Aldrin estuvieron allí, a bordo de una pesada máquina de la ingeniería americana de 1969, pero sería interesante conocer, si aparte de rocas y polvo, junto a la bandera yanqui hay también una pluma de ganso, un sable gascón, un sombrero de tres picos y la gorra de cricket de Mister Cavor, aguardando en el espacio infinito, que espíritus más nobles que los actuales vayan a buscarlas... Pero como ya les dije una vez, queridos lectores, eso ya es materia para otra historia...
- TELÓN -
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