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Frente a los todopoderosos y omnipresentes cineastas españoles modelo Almodóvar, Trueba o Amenábar, existen en el cine español otros autores que, sin hacer tanto ruido ni convocar a grandes audiencias ni a los poderes mediáticos, logran realizar poco a poco una carrera cinematográfica personal y en ocasiones directamente anticomercial, pero que a menudo entusiasma a la crítica más exigente y especializada.
Uno de los “outsider” de la industria cinematográfica española es el aragonés José Luis Borau (Zaragoza, 1929), a quien más que a nadie cabe aplicar el término de cineasta, debido a la diversidad de cometidos que ha desempeñado en relación con esta profesión, pues es o ha sido crítico, investigador, profesor, productor, guionista, director, actor ocasional, editor y promotor, hasta llegar en 1994 a la presidencia de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España, cargo que ocupó hasta 1998, en el que fue sustituido por la actriz Aitana Sánchez Gijón.
Su temprana afición por el cine le llevaría a ejercer la crítica cinematográfica en el diario “Heraldo de Aragón” entre 1953 y 1956, año este último en el que se trasladó a Madrid tras cursar derecho en la Universidad de Zaragoza. En 1960 es diplomado en la especialidad de Dirección por el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas con la práctica de fin de curso “En el río”, que narra el impacto que causa en un seminarista una pareja norteamericana de paso por el pueblo dónde se encuentra de vacaciones.
Su ópera prima llegaría en 1963 con “Brandy”, pero no es hasta 1974 con “Hay que matar a B” cuando logra llamar la atención de la crítica pese a su fracaso en taquilla.. Sin embargo, iba a ser su siguiente y magnífica obra, “Furtivos”, la que se convertiría, incluso al día de hoy, en su película más representativa y recordada, que obtuvo la Concha de oro en el Festival de San Sebastián en 1975.
Más tarde llegarían “La sabina”, “Río abajo” y “Tata mía”. En 1996, tras años sin poder estrenar comercialmente un largometraje, Borau presenta “Niño nadie”, con una Iciar Bollaín con la que repetiría más satisfactoriamente en “Leo”, su última película hasta la fecha y por la que la Academia del cine español, que él mismo presidió, le concedió hace tres ediciones el Goya a la mejor dirección.
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